Cuando el Arzobispado de Madrid vaya a cerrar la parroquia de San Carlos Borromeo no podrá pedirle las llaves a sus tres curas. Desde ayer, el llavero de este trozo madrileño de la Teología de la Liberación está en manos de los toxicómanos, los parados, los inmigrantes, los presos, los pobres... Donde, en realidad, llevan 27 años.
Pero fue ayer cuando las llaves pasaron físicamente de Javier Baeza, el párroco, a Carmen Díaz, una de las fundadoras de Madres contra la Droga «para que los obispos vengan a quitárnoslas». Empieza la resistencia en Entrevías.
El Domingo de Ramos estrenó ayer una protesta, una lucha contra la jerarquía eclesiástica que ha decidido clausurar la parroquia de San Carlos Borromeo y ceder el local a Cáritas.
A las 13.00 horas, ante dos centenares de personas y bajo un Cristo crucificado, arrancó una misa de solidaridad con Javier Baeza, Pepe Díaz y Enrique de Castro, los tres sacerdotes a los que el Obispado madrileño les ha clausurado el templo porque «ni su liturgia ni su catequesis son eclesialmente homologables».
«No nos echan a nosotros. Os echan a vosotros porque esto es vuestro», dijo Baeza al comenzar la misa. Cuando el párroco terminó de leer el pasaje del Evangelio que narra la entrada de Jesús en Jerusalén, decenas de asistentes a la eucaristía empezaron a intervenir. Cristianos de varias parroquias madrileñas, grupos de Sevilla, León o Asturias, ex reclusos, toxicómanos, ateos, abogados, curas y otros ciudadanos se levantaron uno a uno de sus bancos para soltar a viva voz su apoyo a la parroquia perseguida y su emoción contenida de años.
«Me dieron voz».
Yo soy del Partido Comunista. A mí nadie me hacía caso, tenía un hijo drogadicto y nadie me miraba porque era pobre. Vine aquí y me escucharon. Me dieron voz. Aquí ha corrido nuestra sangre, hemos llorado y hemos bailado después. Aquí soy alguien», dijo una señora. Por las paredes del templo estaban ayer repartidas copias de correos electrónicos llegados desde lugares como Etiopía, Kenia o las mismísimas Islas Sheisheles.
Corría también entre la gente una carta del ex obispo español del Matto Grosso, en Brasil, Pedro Casaldáliga, en solidaridad con el teólogo de la liberación Jon Sobrino, amonestado hace un mes por el Vaticano.
La decisión asamblearia de San Carlos Borromeo es resistir. Las Madres contra la Droga, la Coordinadora de Barrios, la Escuela sobre Marginación, las comunidades cristianas de base, algunos movimientos sociales de izquierda y cientos de ciudadanos sin más filiación que la de la defensa de quienes defienden a los marginados gritaron ayer que, como escribió León Felipe, «de aquí no se mueve nadie».
La orden de Rouco es cerrar San Carlos Borromeo como lugar de culto y reconvertirlo en un centro de Cáritas. El martes, en aquel despacho en el que también estaba el delegado de Cáritas, el obispo dijo que la parroquia cojea de dos de las tres patas de la acción de la Iglesia Católica: la atención a los pobres es perfecta, pero la catequesis no está homologada y la liturgia no es la católica.
Hacía unos meses que ese mismo obispo había hecho la visita pastoral y se había despedido de los tres curas diciéndoles: «Me voy impactado y encantado». Pero, al poco tiempo, Herraez, el brazo derecho del cardenal, volvió a llamar al orden a Baeza.
San Carlos Borromeo es un lugar atípico. Hace casi 30 años que, de lunes a sábado, sus locales han sido un techo para los sin techo y para muchos otros colectivos marginales.