Todos sabemos, gracias a las sucesivas revelaciones periodísticas y a los autos del juez, muchas cosas sobre El Chino, uno de los personajes clave del 11-M. Sabemos, o creemos saber, que se llamaba Jamal Ahmidan; que dirigía una pequeña red de narcotraficantes; que alquiló la casa de Morata de Tajuña a personas pertenecientes al círculo de los hermanos Almallah; que compró los explosivos al confidente policial Suárez Trashorras; que transportó esos explosivos a Madrid desde Asturias en un accidentado viaje en el que la Guardia Civil le puso tres multas; que sus conversaciones estaban siendo grabadas, junto con las de uno de sus hombres, llamado Otman El Gnaoui; que una huella de El Chino apareció en Morata en el envoltorio de una tarjeta telefónica relacionada con la tarjeta encontrada en la famosa mochila de Vallecas; que terminó muriendo en Leganés, junto con otros seis terroristas, ... Sin embargo, en éste, como en muchos otros temas del 11-M, puede que las cosas no sean exactamente lo que parecen.
¿Se sorprendería el lector si le digo que las huellas dactilares de ese terrorista muerto en Leganés a quien se identifica como El Chino no corresponden, según los archivos policiales, a un marroquí llamado Jamal Ahmidan, sino a un argelino llamado Ahmed Ajon? No quiero decir con eso que nos hayan engañado también en este aspecto y que El Chino no muriera en Leganés; sólo pretendo que el lector acepte que las cosas pueden ser mucho menos claras de lo que creemos.
El hombre de los mil nombres
Cuando la Policía halló en la casa de Morata el soporte de una tarjeta telefónica relacionada con la que había aparecido en la mochila de Vallecas, encontró sobre ese soporte una huella dactilar. Al realizar el cotejo con las bases de datos policiales, se detectó que esa huella correspondía a una persona llamada Ahmed Ajon, de nacionalidad argelina. El tal Ahmed Ajon había sido detenido por primera vez en Algeciras el 15 de enero de 1992 y a esa primera le seguiría una larga cadena de detenciones, facilitando el individuo en cuestión numerosas identidades distintas a la Policía. Así, en los archivos policiales, Ahmed Ajon figuraba también con los nombres de Jamal Abu Zaid, Jamal Said Mounir, Yousef Nabil, Yousef Dolmi y Said Tlidni. Pero no figuraba la identidad de Jamal Ahmidan asociada a esas huellas.
Según los archivos policiales, el tal Ahmed Ajon fue detenido (después de otras varias ocasiones) en marzo de 2000 por falsificación de documentos e ingresó el 25/3/2000 en un Centro de Internamiento para Extranjeros, como paso previo a su expulsión. En esa ocasión, se le detuvo bajo la identidad de Said Tlidni e ingresó en el centro de internamiento en compañía de su lugarteniente, Abdelilah El Fadual, que en la actualidad está también procesado por los atentados del 11-M. El 16 de abril se fuga del centro con otros tres reclusos, tras atacar a un funcionario con un spray. Este episodio resulta especialmente confuso, porque se da la circunstancia de que Said Tlidni es una persona real, que también ha sido detenida por su posible relación con los atentados del 11-M. Con lo cual, si hemos de creer lo que los informes policiales nos dicen, tendríamos que pensar que Jamal Ahmidan estuvo encerrado en aquel Centro de Internamiento para Extranjeros con la identidad de otro de los imputados del 11-M.

La ceremonia de la confusión no acaba aquí. Nada más producirse el 11-M, la Policía comenzó a detener sospechosos y a entrevistar testigos, y a esos sospechosos y testigos se les hacía visualizar una serie de fotografías de personas que pudieran estar presuntamente relacionadas con los atentados. Pues bien, en aquellos primeros reconocimientos fotográficos aparece una instantánea del supuesto Jamal Ahmidan (o Ahmed Ajon, o Said Tlidni, o comoquiera que se llame), pero el nombre asociado a esa fotografía es... Jamal Hammadi. Resulta curioso este nombre, porque no coincide ni con el de Jamal Ahmidan, ni con ninguna de las identidades con las que ese individuo constaba en los archivos policiales.
¿De dónde sacó la Policía ese nuevo nombre? Para terminar de confundir las cosas, Hammadi es el apellido de otro de los imputados por la masacre, relacionado con un testigo protegido que supuestamente avisó tres meses antes del 11-M sobre posibles atentados en los trenes.
¿Le parece todo esto al lector un galimatías? Pues añadámosle unos cuantos ingredientes más: en el famoso viaje desde Asturias a Madrid en el que se transportaron, presuntamente, los explosivos, El Chino fue detenido y multado por la Guardia Civil, enseñando un pasaporte belga a nombre de Yousef Ben Salah, la misma identidad que luego usaría al firmar el contrato de alquiler de la casa de Morata. Curiosamente, Ben Salah es el apellido de una de las personas que visitaron a Said Tlidni en el Centro de Internamiento de Extranjeros en marzo de 2000.
Más datos: entre los efectos encontrados en Leganés apareció un pasaporte con la fotografía de Jamal Ahmidan, pero a nombre de Otman El Gnaoui, que es otro de los encausados por el 11-M por su presunta participación en el transporte de los explosivos.
Como remate del tomate, sabemos que los asturianos, según consta en sus declaraciones, conocían a Jamal Ahmidan por un alias, pero ese alias no era "El Chino", sino "Mowgli". Además, sabemos que ese mismo alias de "El Chino" era utilizado por Abdelilah Ahmidan (uno de los supuestos hermanos de Jamal Ahmidan) y por Abdelilah El Fadual (el supuesto lugarteniente de Jamal Ahmidan). ¿Se imagina el lector lo complicado que es tratar de discernir de quién se está hablando en las transcripciones telefónicas? Cuando aparece mencionado "El Chino" en una de esas conversaciones, ¿cómo saber a quién hace referencia la frase? ¿A Jamal Ahmidan? ¿A su hermano Abdelilah? ¿A su lugarteniente Abdelilah?
Para finalizar, cuando el supuesto Jamal Ahmidan (o Ahmed Ajon, o Said Tlidni, o Yousef Ben Salah) muere en Leganés, estaba utilizando otra identidad falsa más: la de Redouan Abdelkader Layasi. Cuando la supuesta madre de Jamal Ahmidan llama al teléfono móvil de su hijo, poco antes de que vuele el piso de Leganés, quien cogió el teléfono fue uno de sus hombres. Éste le preguntó a la madre: "¿Quieres hablar con Redouan?". ¿Por qué hace esa pregunta el hombre de Jamal, si todos sus hombres le llamaban Jamal? ¿O es que no era Jamal Ahmidan quien estaba en el piso de Leganés?
Realmente, no envidio la tarea del juez Del Olmo, porque tratar de orientarse en ese mare magnum de identidades falsas y de alias duplicados es tarea casi titánica. Más que nada, porque después de revisar el sumario, uno acaba con la sensación de que resulta perfectamente posible que nunca existiera nadie llamado Jamal Ahmidan. ¿Estamos ante un delincuente habitual con la manía de cambiarse de identidad cada dos minutos? ¿O estamos ante un personaje fabricado? Las informaciones facilitadas por la policía marroquí, las declaraciones de los supuestos hermanos de ese terrorista y el testimonio de su supuesta compañera sentimental apuntan a que Jamal Ahmidan se llamaba realmente Jamal Ahmidan, pero ¿podría alguien explicarnos quién era realmente ese individuo?
Un terrorista hacendoso. Una granja, placas solares, un año de alquiler...
Para tratar de no perder el norte, vamos a centrarnos en esa persona con gafas, ojos achinados y dientes delanteros prominentes que aparece en las fotografías policiales, y vamos a convenir en que se llamaba Jamal Ahmidan.
Sabemos que Jamal Ahmidan alquiló el 28 de enero de 2004 una casa en Morata de Tajuña y la historia oficial nos cuenta que Jamal Ahmidan era un islamista peligroso y que en esa casa es donde se montaron las bombas que mataron a 192 personas el 11-M. Bien, como historia no está mal. El problema es que hay numerosas declaraciones de testigos que no cuadran con esa imagen tan simple.
Para empezar, resulta extraño que un islamista peligroso tenga a su hijo estudiando en un colegio católico. Resulta extraño también que conviva con una mujer que fuma, que lleva pantalones de cuero y un piercing en la boca y que no es musulmana. Resulta extraño que en ninguna de las conversaciones telefónicas grabadas a Jamal Ahmidan se mencione ningún tema relacionado con la religión o la política y que sólo se hable de hachís, de deudas de droga y de ajustes de cuentas. Pero es que, además, el comportamiento de ese supuesto terrorista antes y después del 11-M resulta completamente inexplicable de acuerdo con la versión policial.
En primer lugar, Jamal Ahmidan alquila la casa por un año completo, abonando el año de alquiler por adelantado. Después de alquilar la casa, lo primero que hace es visitar a sus vecinos y adquirir a éstos diversos enseres de segunda mano para su finca: un frigorífico, una estufa, una placa solar, ... En las primeras semanas de febrero, Jamal Ahmidan lleva un grupo de albañiles marroquíes a la casa de Morata para construir una segunda planta sobre la que ya existía, además de un corral y de una especie de sótano. Finalmente, en los primeros días de marzo, Jamal Ahmidan compra un rebaño de seis cabras, varias gallinas y un perro y lo lleva a la finca.
Estamos hablando de un presunto terrorista islámico que, según la versión oficial, piensa cometer un espantoso atentado seis semanas después de comenzar a habitar la casa de Morata. Evidentemente, hace falta estar descerebrado para ser terrorista, pero por muy descerebrado que Jamal Ahmidan estuviera, supongo que sus escasas luces le darían para comprender que una vez cometida la masacre sólo habría tres salidas: morir, huir o ser detenido. En consecuencia, ¿para qué abona un año de alquiler? ¿Por qué se presenta a todos sus vecinos? ¿Para qué compra en marzo una placa solar que de poco le iba a servir antes del verano? ¿Para qué construye una segunda planta a esa casa que no iba a poder habitar después del 11 de marzo? Pero he de confesar que lo que más perplejo me tiene es lo del rebaño de cabras. ¿Se le ocurre a alguien qué motivo podría tener un terrorista para montar una pequeña granja a escasos días de un importante atentado?
Evidentemente, Jamal Ahmidan no compró esa casa para preparar ningún atentado, y su intención era habitarla durante mucho tiempo. Por tanto, si es cierto (como afirma la versión oficial) que Jamal Ahmidan era un peligroso terrorista islámico, no queda más remedio que concluir que no recibió las órdenes de atentar hasta pocos días antes de la masacre del 11-M.
El Chino y la cabra
Pero si extraño es el comportamiento de Jamal Ahmidan los días previos al atentado, su comportamiento en las fechas posteriores es directamente esperpéntico.
Sabemos, por la declaración de su supuesta compañera sentimental, que Jamal Ahmidan le dice a su hijo el día 11 (refiriéndose a los atentados): "Los de ETA se han pasado". Sabemos que entre los días 13 y 14 de marzo hizo un viaje relámpago a Pamplona, quizá por sus asuntos de droga. Sabemos que Jamal continuó yendo tranquilamente a su casa de Morata después de los atentados del 11-M, sin que intentara huir. Sabemos, en fin, que el día 19 de marzo Jamal celebra tranquilamente el Día del Padre (recordemos: la fiesta de San José) en aquella finca.
A la celebración familiar del Día del Padre acudieron su compañera sentimental, su hijo, su suegra y el compañero sentimental de ésta, que es un ex-guardia civil peruano. Mientras las Fuerzas de Seguridad españolas buscaban frenéticamente una casa en el entorno de Morata, ese peligroso islamista llamado Jamal Ahmidan celebraba tranquilamente con su familia una fiesta católica.
¿Tiene algún sentido todo esto? Porque yo no se lo encuentro. Un fanático islamista (según la versión oficial) que en lugar de enorgullecerse ante su hijo de su hazaña, lo que le dice es que "los de ETA se han pasado". Un sanguinario terrorista (según la versión oficial) que celebra tranquilamente una fiesta familiar ocho días después del atentado. Incluso para un terrorista descerebrado, el comportamiento resulta de lo más chocante.
Pero, de nuevo, es otro detalle el que más desconcertado me deja. Aquel mismo día 19 de marzo, Jamal Ahmidan se dirige muy enfadado a casa de uno de sus vecinos y, de muy malos modos, le dice que alguien le ha robado una de sus seis cabras y que si él ha visto algo.
Estamos hablando de un supuesto terrorista que acaba de asesinar a 192 personas hace menos de diez días. Estamos hablando de un supuesto terrorista que le ha comprado los explosivos a un sujeto (Suárez Trashorras) que acaba de ser detenido el día anterior. Estamos hablando, por tanto, de alguien que lo menos que podría esperar es que la Policía se presente en su casa a detenerle de un momento a otro. ¿Y de qué se preocupa nuestro sanguinario terrorista en esas circunstancias? ¡Pues de que la han robado la cabra, naturalmente! ¿Qué cosa hay más importante para un terrorista que su cabra?
En el próximo capítulo: La casa de Morata
Tiene a su disposición las
entregas anteriores de la serie de artículos
"Los enigmas del 11-M" a cargo de Luis del Pino.
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